Manuel Belgrano 250 años de su nacimiento
El 3 de junio de 1770, nacía Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, el octavo hijo del matrimonio formado por el genovés Domingo Francisco Belgrano Perí y la porteña María Josefa González Casero. Es el único prócer argentino que nació, vivió y murió en la misma casa de Buenos Aires. Sin duda es el más grande de todos los tiempos.
Sin duda, Manuel mostró desde muy niño sus cualidades que lo iban a convertir en uno de los genios de la independencia americana y uno de los hombres mejor formados. Belgrano nació cuando estas tierras pertenecían al Perú, y en 1776 se crea el virreinato del Río de la Plata, al mismo tiempo que se declara la independencia de los Estados Unidos de América.
Frecuenta el convento de la Orden de los Predicadores, donde aprende las primeras letras. Asiste al Real Colegio de San Carlos, destacándose en los estudios de latín, filosofía, lógica, física, metafísica y literatura. El ahora Colegio Nacional de Buenos Aires lo considera el mejor alumno de todos los tiempos. A los dieciséis años, su familia lo envía a estudiar a la metrópolis,
El joven Manuel se incorpora rápidamente al ambiente intelectual español, asistiendo a tres universidades. Comenzó sus estudios superiores en las universidades de Salamanca y Valladolid, graduándose como Bachiller en Leyes en 1789, con medalla de oro. Es el año de la Revolución Francesa. En Oviedo realizó cursos de economía, llegando luego a ser el primer presidente de la Academia de Derecho Romano, Práctica Forense y Economía Política de la Universidad de Salamanca. Llegó a Europa en plena Revolución Francesa y vivió intensamente el clima de la época. Así pudo tomar contacto con las ideas de Rousseau, Voltaire, Adam Smith y Quesnay.
Para entonces es un español ilustrado que, a diferencia de sus pares franceses, no niega la religión y acepta la autoridad de los reyes. El 11 de julio de 1790, el papa Pío VI lo autoriza a leer los libros prohibidos, en homenaje a su sapiencia y su prudencia. Tiene 20 años. Hacia 1793 recibe el título de abogado, y comienza a participar de consejos en la corte española, lo que le granjea la simpatía de funcionarios reales, a los que convence sobre los beneficios de la creación de un consulado en Buenos Aires.
Su autobiografía es un libro imprescindible, y dirá de sus tiempos en la península ibérica: “Confieso que mi aplicación no la contraje tanto a la carrera que había ido a emprender, como al estudio de los idiomas vivos, de la economía política y al derecho público, y que en los primeros momentos en que tuve la suerte de encontrar hombres amantes al bien público que me manifestaron sus útiles ideas, se apoderó de mí el deseo de propender cuanto pudiese al provecho general, y adquirir renombre con mis trabajos hacia tan importante objeto, dirigiéndolos particularmente a favor de la patria.” Convertido en un estadista al servicio de España, regresará a su tierra, siendo nombrado el 2 de junio de 1794 como Secretario Perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires, una institución inspirada por él mismo y que pareciera haber sido creada a su medida.
A pesar de los imperativos sociales en la Buenos Aires de principios del siglo XIX, Belgrano nunca se casó. Seguramente no le faltaron oportunidades siendo uno de los porteños más cultos y elegantes. El porqué de esa decisión tan íntima quedará para siempre en el limbo de las conjeturas, salvo que un documento pueda aclarar el misterio del camino de la soledad que decidió transitar. Pero sí se puede hablar de sus amores, contemporáneos a los momentos más álgidos de la Revolución.
Portador de un pensamiento innovador para su contexto, fue el primero en hablar del medio ambiente, alertando sobre la contaminación de los ríos y la necesidad de cuidar los suelos, propiciando la rotación e innovación de los cultivos.
Fue el primero en hablar de género en estas tierras proponiendo que la mujer acceda en igualdad de condiciones a los todos los niveles de la enseñanza.
Fue un notable promotor de la industria, creando la escuela de dibujo técnico, sentando las bases de la necesaria complementariedad entre las producciones pecuarias y agrarias. Daba consejos prácticos para el mejor rendimiento de la tierra y recomendaba el sistema que se usaba en Alemania, que hacía de los curas párrocos verdaderos guías de los agricultores.
Criticaba a los comerciantes que tenían la exclusividad del comercio con España y llamaba a evitar “los grandes monopolios que se ejecutan en esta capital, por aquellos hombres que sólo aspiran a su interés particular, o nada les importa el que la clase más útil al Estado, la clase productiva, viva en la miseria y desnudez que es consiguiente a estos procedimientos tan repugnantes a la naturaleza, y que la misma religión y las leyes detestan”.
En Memoria al Consulado de 1802 presentó un alegato industrialista: “Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño en conseguir, no sólo darles nueva forma, sino aun atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo. Y después venderlas.”
último sueño de Belgrano expresado en su lecho de muerte, en medio de una estricta pobreza, el 20 de junio de 1820: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias”.
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