ARTURO ILLIA, FIGURA EJEMPLAR
Días pasados prometí desarrollar en extenso un artículo sobre una señera figura de la política argentina, el Dr. Arturo Illia.
Para sintetizar aquí la semblanza de este hombre ejemplar valga decir que fue un gran tipo que le tocó en desgracia ser presidente de uno de los países más ingratos del mundo.
Accedió al poder en julio de 1963 con apenas un 21,15%. Gobernó con minoría en el congreso y el peronismo, que aún estaba proscrito, hizo todo lo posible por embarrar la cancha y poner palos en las ruedas. Perón no aceptaba más líderes que él, y jamás permitiría que un radical fuese a tener un gobierno exitoso.
Eran momentos muy difíciles.
El surgimiento del peronismo a mediados de los ’40 llevó a innumerables campesinos, especialmente a hijos de estos, a abandonar el duro trabajo agropecuario, sin regulación y muy mal pago, y a buscar el amparo de un gobierno que nacionalizaba empresas y prometía pan, trabajo, educación y dignidad.
Cuando en 1955 derrocaron a Perón, la clase alta y medio alta que obtenía sus riquezas especialmente del campo, le pasaron la factura al pueblo “descamisado” (denominación adjudicada a los peronistas) incluyendo persecuciones al resurgimiento de la injusticia social.
Pero a esta altura del partido los trabajadores se habían fortalecido y, como suele suceder, se produjo el efecto resorte. Lo oprimido salta. Y cuando empieza a saltar no es fácil pararlo.
Un pacto entre Arturo Frondizi y el peronismo proscrito, generó un breve intervalo democrático buscando el maridaje entre el campo y la ciudad a través de la producción energética y el desarrollo de industrias. El encanto se interrumpió drásticamente.
Frondizi accedió al poder en 1958 y fue derrocado por un golpe militar en 1962. Haberse reunido con Fidel Castro rebasó el vaso de la escasa tolerancia agrícola militar que intentó derrocarlo 34 veces en cuatro años. Hasta que lo logró y puso de títere en su lugar al presidente del Senado José María Guido.
El resorte social volvía a contraerse esperando el momento para saltar.
Ese es el país que recibe Arturo Umberto Illia en 1963.
Ese tranquilo médico provinciano, de andar cansino, mirada calma y hablar pausado jamás permitió suponer que habría de sentar las bases de una proyección política que, lamentablemente, no volvería a verse.
Illia supo entender que había que aunar producción de materia prima con valor agregado, sin perder la exportación como factor de ingreso, pero bajo ciertos controles. Además, por sobre todo, redujo al mínimo los gastos del estado excepto en la educación, la que elevó al 23% del presupuesto de la nación.
Ni la soberbia de los millonarios y sus lacayos militares, ni la tozudez de Perón y sus paniaguados sindicalistas pudieron entender la necesidad de reconstruir la nación con base en objetivos claros, trascendentes y efectivos. No se trataba de cantar la marchita (Marcha peronista) “combatiendo al capital”, sino de combatirlo en serio dejando sin efecto los acuerdos espurios con las petroleras extranjeras. Tampoco era cuestión de controlar el dólar al antojo de la fluctuación programada por los especuladores financieros, sino de asumir el valor real favoreciendo la exportación por sobre la compras suntuarias.
Cuando los golpistas fueron a pedirle la renuncia, los echó con una dignidad nunca más vista. La misma que ostentó al volver a la actividad privada con menos patrimonio del que tenía al asumir la función pública.
¿Cometió errores? ¡Sí, claro! ¡Era humano! Pero, ojalá los nuevos gobernantes aprendan a equivocarse como se equivocó él.
Cada 4 de agosto, quien esto escribe celebra su cumpleaños y el de este ejemplo de civilidad.
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