BONAERENSES EJEMPLARES: Pedro Bonifacio Palacios
Conocido también por el seudónimo de Almafuerte, es considerado como uno de los «cinco sabios» de la ciudad de La Plata, junto a Florentino Ameghino, Juan Vucetich, Alejandro Korn y Carlos Spegazzini.
Nació en San Justo, ciudad cabecera del Partido de La Matanza, Tercera Región de la Provincia de Buenos Aires, el 13 de mayo de 1854.
Fue maestro de corazón y vocación. Aunque nunca obtuvo el título habilitante, ejerció la docencia en escuelas de La Piedad y Balvanera, en Buenos Aires. Poco después se trasladó a la campiña y fue maestro en Mercedes, Salto y Chacabuco.
Fue precisamente en Chacabuco donde, a los 16 años, dirigió una escuela. Allí, en 1884, conoció a Domingo Faustino Sarmiento, quien había dejado de ser presidente diez años antes.
En cada pueblo que ejerció la docencia, se destacó por ser un periodista polémico y apasionado, que llegaba a enfrentarse con los caudillos locales.
Pareciera ser que esto, más que por no poseer un título habilitante para la enseñanza, fue lo que llevó a que lo destituyesen.
Retirado de la docencia, trabajó en la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires, siendo luego traductor y bibliotecario en la Dirección General de Estadística provincial.
Apenas cinco años después de su fundación, en 1887 se traslada a La Plata e ingresa como periodista en el diario El Pueblo.
En 1894 se instala en Trenque Lauquen, donde retoma la docencia. Nuevamente lo echan por cuestiones políticas en 1986.
Llegó al Siglo XX desanimado y sumergido en la pobreza. Si bien el Congreso Nacional le otorgó una pensión vitalicia, no pudo gozar mucho tiempo de ella; el 28 de febrero de 1917 falleció en La Plata, a la edad de 62 años.
En la ciudad de La Plata, en el número 530 de la avenida 66, se encuentra la casa que habitó y donde transcurrieron los últimos días de Pedro B. Palacios. Declarada Monumento Histórico de la Ciudad, de la Provincia y de la Nación, se convirtió en el Museo Almafuerte.
Uno de sus poemas más conocidos y exponente de su genio y vehemencia es
Piu Avanti
No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora...
¡Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!
Comentarios (0)
Comentarios de Facebook (0)